21 may 2011

Sonrisa tras sonrisa.

Tras varios minutos de silencio, de risas y en este momento de calma, me dirijo hacia vos y empiezo a hablar.
Intenta imaginar ésto:
Intenta vernos caminando por la orilla, casi por ese lugarcito donde la arena deja de ser tan hostil, intenta ver las huellas que dejamos en el camino, intenta ver nuestros dedos entrelazados, y el pulgar que quedó sin pareja, acariciandote la palma de la mano, con un ritmo seguro y regular.
-Paro y te veo dandole un sorbo a la bombilla, te empezás a sonrojar.
Piensa en los impiadosos colmillos de la arena, que nos muerde la planta de los pies causando una sensación que nos provoca tanto cosquillas como dolor.
Imagina a las personas viéndonos, sonriéndonos, imagina a los ancianos mirándonos y haciéndoles acordar sobre sus amores en la juventud, solo intenta imaginar eso.
Dejas el mate a tu lado y me dices con miedo y verguenza:
¿A qué quieres llegar? No comprendo.
Me río y acto seguido, te miro fijamente.
Ahora intenta verme a mi imaginando esto, noche tras noche, día tras día, mirada tras mirada, sonrisa tras sonrisa.

15 may 2011

Te odio París.

Me resultaba tan hermoso figurarnos caminando, de la mano, por alguna calle de París. Tan surrealista, pero, ah tan vívido! Hasta podría imaginarme, como si fuese alguna película, la cámara detrás nuestro, siguiendo nuestro paso, pasando por el empedrado de la calle.
Y a nuestro lado pasa gente, con sus historias, sus problemas, sus amores y sus líos. Pasamos por algún canal en el cual se posa un pintor que a través de su obra refleja la hermosura del lago. Nos subimos a un tren cuyo destino no conocemos, pero nos lleva la mera curiosidad de conocer. Tras un viaje silencioso en el cual no hacemos más que mirar por la ventana, bajamos y a la salida de la estación nos detenemos a observar a un hombre tocando el acordeón, alguna loca y melancólica melodía, a una mujer vendiendo algunos perfumes artesanales y un señor amasando pan caliente. Caminamos, nos detenemos, reímos, nos miramos, nos besamos y nos volvemos a mirar. Y al volver a caminar nos planteamos por qué todo nos resulta tan hermoso por el simple hecho de estar en París. LLegamos a la conclusión de que todo nos resulta tan hermoso por el simple hecho de estar juntos.
~Odio mi romántica y estúpida imaginación.~

10 may 2011

El emancipado.

Al instante previo en bajar por última vez las escaleras de mi hogar, mirándome al espejo logré ser todos.
Fui mi padre, que se postraba con ímpetu al cuero del sofá del living, con la mirada perdida. Logré sentir su cuerpo cansado, debilitado por la velocidad y el desenfreno.
Logré ser mi madre, con su media sonrisa y su risa ronca que bailaban y saltaban sobre el colchón. Con sus angustias en el corazón de la garganta que nos produce llorar ahogadamente.
Logré ser mi hermana, con su objetividad hermosa y su gracia única. Con su opinión simple y con su prudencia. Logré sentir y logré ser uno solo, ser mi familia.
Logré verme como me veían, un mero niño envuelto en una cáscara de cristal, que en el último peldaño de la escalera se convertiría en un hombre. Logré entender lo que se preguntaban al verme, inocentemente y con miedo, sacudiendo mi mano en forma de saludo, antes de subir al taxi y que se caiga la primer lágrima del viaje que emprendía.

La falsa ilusión del relojero.

Lleva una falsa esperanza, acarreándola desde la cuna, como si en el transcurso del camino a través de un tobogán oscuro, tuviese la certeza de que impactará con algo. Cree ciegamente. Cree que puede manejar los momentos que lo van carcomiendo con una intermitencia cruel.
Su destino (tristemente irónico) lo llevó a hacerse relojero. Pasa tardes, noches y crepúsculos dándole cuerda a precisas agujas.
Se siente el titiritero y ve al tiempo como su fiel marioneta. Carece de cordura, es un hermoso demente con una hermosa mente que recrea una hermosa mentira y le impide dar con la impiadosa verdad.
Su mirada vacía se pierde en las dimensiones de los segundos que cuenta, que se convierten en minutos, y estos en horas, y estos en años de demencia.

Quién (más) diría que no hay mejor verdad que la que uno mismo se limita a ver...
o a imaginar