21 oct 2011

Tocar fondo.

No sabía que le deparaba cuando la penumbra lo envolvió. El asfalto de la calle desierta le besaba la suela de los zapatos negros de cuero, mientras la bufanda crema flameaba hacia atrás. Con las manos en los bolsillos se apoyó contra la pared, justo en la esquina donde paraba el 112.
Jugueteó con el encendedor unos minutos, y al alzar la mirada, no vio más que calle que se fundía con la oscuridad.
Tras unos momentos, se sentó en la vereda y, sin soltar el encendedor para prenderlo, elevar la llama, volverla a disminuir y apagarlo nuevamente, pensó en lo que la vida le había destinado en las últimas 3 horas.
La cuestión no desembocaba en lo que la gente pensó de él cuando se fue, sino en si ella había reparado en que se había retirado con los ojos rebalsando de lágrimas. Justo antes de alcanzar la salida, una persona, que no llegó a distinguir entre tanto acaloramiento y distorsión, le preguntó a dónde iba, a lo que respondió que iba a "tomar aire y encenderse un cigarrillo".
Había tocado fondo.
Pensó que lo bueno de tocar fondo, era que no se podía descender aún más.
En cuanto terminó de formular el pensamiento, el 112 ya había doblado la esquina y, con un felino salto, se puso de pie y paró el colectivo.
Al subir los escalones, le indicó al colectivero, un hombre de nariz enrojecida y rulos despeinados y canosos, un viaje de 1.20.
Hurgó en el bolsillo del jean gastado para conseguir monedas. Sintió el tacto de una moneda grande y apenas se le esbozó una ilusión en el rostro.
Metió todas las monedas sin ver su valor y la pantalla hacía conocer su cruel veredicto:
"1.15"
Apretó el botón y volvió a meter todas las monedas, pero sin embargo el veredicto final era el mismo.
Sin decir palabra, el colectivero lo miró de reojo y marcó 1.10.
Agarró el vuelto de 5 centavos y empezó a caminar, pero se detuvo en seco.
Dejó la moneda de 5 sobre la máquina del conductor, le sonrió, y se adentró en la oscuridad del colectivo.