27 may 2012

Detrás.

La calle se alfombraba por las hojas que aterrizaban suavemente y, encerrada por los árboles que se arqueaban bloqueando el cielo, respiraba un aire otoñal.
Lorena, sentó a su lado a su hija que, distraída, observaba el empedrado que se teñía de un ocre iluminado por los débiles rayos de luz que se entrometían por la copa de los árboles.
Cuando logró traerla de vuelta de su mundo, le habló en su tono habitual, calmado y apaciguado. Pero esta vez había algo distinto. Esta vez, su voz sonaba triste.
- ¿Te acordás de la abuela Lara, Zoe?- su voz sonaba como un somnífero.
- Sí.- dijo Zoe, mientras detenía la mirada en la copa de los árboles.
Esta vez, Lorena tardó en contestar.
- Entonces te acordás de que estaba enferma y que no se sentía muy bien. ¿Verdad?
- Sí.- volvió a repetir, mientras se escarbaba la nariz con un dedo.
- Bueno...- se tomó un momento para elegir cuidadosamente sus palabras.- La abuela Lara... estaba en el hospital hace unos días. No te lo dijimos porque no queríamos que la vieras así. Y hoy por la mañana falleció al dormirse. Quiere decir que no la vas a poder ver más.
Zoe, por primera vez, le dirigió a su madre sus grandes ojos marrones.
- ¡Claro!- respondió con absoluta naturalidad y prosiguió.- Porque todos los muertos vienen detrás.- Miró a su madre unos segundos más, y se dedicó nuevamente a contemplar la copa de los árboles. A Lorena le faltó el aire para responder.

11 may 2012

1912

El camarero inclinó la botella del añejo de 1912 contra la copa de mi padre, y sirvió un poco del licor en ella. Mi padre bebió la pequeña cantidad de alcohol ante la mirada inexpresiva del mozo. Luego de vacilar por un momento, mi padre le dedicó una mirada al muchacho y asintió con aprobación.
Ante el consentimiento, llenó la copa aproximadamente hasta la mitad, partió hacia la barra (no sin antes ofrecerle vino a mi madre, que rechazó con educación) y se dedicó a charlar con sus otros compañeros de trabajo.
Yo tenía tan sólo 9 años y aún recuerdo el color espectacular de aquella bebida,  que tenía tal profundidad que me era (con mi exiguo vocabulario), imposible de definir su tinte.
Aún recuerdo la solemne mirada del mozo que, expectante a la respuesta de mi padre, sostenía, con un paño con la textura de la seda, el esbelto frasco.
Cuando vi la fascinación que le dedicaban todos al vino que mi padre había pedido, pedí de probar un poco de él. Mi padre me alcanzó risueño la alargada copa y, luego de que me disgustara su acidez y sequedad, le pregunté cómo le podía gustar aquella bebida. Me respondió simplemente diciendo "cuando crezcas te acostumbrarás".
Lo observé sin comprender, y les dije que debía ir al baño.
Antes de llegar, llegué a distinguir al mozo que había atendido a nuestra mesa. Tras observarlo un momento con el rabillo del ojo, me acerqué a él y le picotee tímidamente la espalda con mi dedo.
Al darse vuelta, y sin dejarlo responder, le pregunté por qué había esperado a la respuesta de mi padre para servir más vino.
Se agachó y, revolviéndome el pelo, me contestó "cuando seas grande te acostumbrarás pequeño", y se alejó con el menú y otra botella de vino en las manos.
Sin comprender los misterios que poseía el hecho de ser adulto, me resigné y finalmente entré en el baño, custodiado por un cartel que leía "Caballeros" y mostraba un anciano ayudado por un bastón, enfundando un sombrero de copa.

1 may 2012

En el instante cruel.

Aunque alado partiste,
seguís tan vivo,
y ni siquiera te lo contaron.

Quizás en el instante cruel
el viento por fin,
te haya mecido.

Resulta imposible
imaginarte como un cuerpo
que yace frío e inerte.

Quizás en el instante cruel
el agua por fin,
haya saciado tu única sed.

Es que las estrellas que habitan
donde los niños escriben
todas tienen algo de tu luz.

Quizás en el instante cruel
la tierra tal vez,
se haya hecho barro.

Miles los misterios son.
Y miles de almas van
silbando su caos.

Quizás en el instante cruel
el fuego oyó
tu voz crepitar.