19 dic 2012

El abrazo.

Había sentido miles de veces el peso de tu cuerpo sobre el mío. Miles de veces había soportado el anillo de tus piernas sobre mi cintura. Y en todas y en cada una de esas veces, el tiempo de tu cuerpo se hacía cargo del mío, y entonces, sólo entonces, hallaba yo descanso y siesta.
De repente me encontraba esperando en tu portal con los pies esquizofrénicos y no pude pensar en más nada. En ese instante sólo me permití mirar al suelo y perseguir a los autos yendo y viniendo, parando y siguiendo, llegando y partiendo.
El sonido de la llave contra el cerrojo fue suave y la puerta se deslizó hacia vos. Tu cabeza se ladeó hacia el hall invitándome a pasar, y tu rostro estaba triste.
Lentamente me paré a tu lado, y sentí tus brazos arrastrarse por mis hombros y rodear mi nuca.
Envolví tu cintura con los míos y allí, bajo el marco de tu puerta, fue cuando todo cambió.
Allí le perteneciste a mis brazos, tu cabeza durmió en mi hombro y tu cuerpo descansó en el mío.