De repente me encontraba esperando en tu portal con los pies esquizofrénicos y no pude pensar en más nada. En ese instante sólo me permití mirar al suelo y perseguir a los autos yendo y viniendo, parando y siguiendo, llegando y partiendo.
El sonido de la llave contra el cerrojo fue suave y la puerta se deslizó hacia vos. Tu cabeza se ladeó hacia el hall invitándome a pasar, y tu rostro estaba triste.
Lentamente me paré a tu lado, y sentí tus brazos arrastrarse por mis hombros y rodear mi nuca.
Envolví tu cintura con los míos y allí, bajo el marco de tu puerta, fue cuando todo cambió.
Allí le perteneciste a mis brazos, tu cabeza durmió en mi hombro y tu cuerpo descansó en el mío.