La eternidad nos pertenecía, como un león agazapado en el tiempo, como una pluma que se balanceaba por el sinfín de corrientes de aire.
Los segundos nos esperaban, como el "toc-toc" interminable, de los zapatos impacientes, en una estación de tren perdida en el tiempo.
Éramos una incógnita tan deliciosa, como la curiosidad que al gato mató, a su rabillo del ojo, a nuestras miradas sesgadas.
Éramos un abrazo que no sabía terminar, éramos un beso que no supo llegar.
Pasábamos las horas sabiendo que ese momento algún día iba a llegar, indefectiblemente, a nosotros.
Pero ahora, que me mirás desde el horizonte, que se difumina con el tiempo y con el lugar, voy corriendo hacia la eternidad, y mientras corro y te llamo a gritos mudos, a llantos sordos, cumplo mi condena.
Hoy.
No hay comentarios:
Publicar un comentario