12 ago 2011

Sólo un poco de lluvia.

-Puede pasar, pero está muy frágil, tenga cuidado -dijo con un tono entre desconfiado y exhausto el doctor-.

Se asomaban bastantes nubarrones en el cielo gris, la tarde estaba oscureciendo, ya era tarde... muy tarde.
El cuarto blanco contrastaba con el día y con el estado en el cual se encontraba su padre, postrado a la camilla y conectado a una máquina que emitía un tick débil y regular.
Santiago se apoyó contra la pared, posando uno de sus pies contra la misma, en una postura cabizbaja, mientras contemplaba las cuadradas baldosas blancas, habían pulido el piso recientemente.
Era una situación angustiante e incómoda, aunque estaba acostumbrado, en ninguna de las visitas previas, durante todos estos 7 meses, había hablado con su padre, simplemente se quedaba ahí, a veces mirando al suelo, a veces mirando al techo, a veces mirándolo.
Siempre sentía unas ganas abismales de prenderse un cigarrillo, aunque eso hubiese sido un acto de lo más descabellado e irracional.
Agarró una silla y se sentó, con los brazos cruzados sobre el respaldo y la cabeza entre ellos.
El moribundo sonido de la voz del padre reptó hasta los oídos de Santiago:
-No... no...
Santiago levantó la cabeza y intentó confirmar que era, precisamente, su padre el que había hablado.
-Eh, enferme...
-No... no... acér...cate -se apuró a interrumpir su padre.
Se acercó a la camilla y, arrodillándose a un lado, le preguntó con una tierna y preocuada voz, casi infantil:
-¿Qué dijiste papá?
-No... no quiero... más... no -agonizó-.
-Papá... no entiendo -dudó con miedo-.
-Hace... hace demasiado tiempo... que estoy así -comenzó y logró obtener algún impulso-. No noto el paso... del tiempo. Todos los días... son tan... iguales Escucho... a los pájaros... cantar. ¡Ay, qué... hermosas voces! Deben ser tan... lindos cuando... vuelan. -Los ojos de Santiago resplandecieron; su padre prosiguió:
-Escucho la lluvia... caer ferozmente sobre el techo de chapa... pero nunca la puedo ver, nunca puedo... no... ¡No quiero más!
-Por favor, debes relajarte -interrumpió y sugirió él.
Pero su padre no hizo caso alguno.
-Por favor... hijo. Todo... todo lo que quiero... es, es... tan sólo... un poco de lluvia.
El tick que emitía la máquina sonaba seco e interminable, envolvió a la habitación en un profundo silencio.
Santiago pudo ver, por primera vez en muchos años, en los mismísimos ojos de su padre, una llama de pasión, y al mismo tiempo veía en su cara una terrible tristeza.
Con una lentitud extrema y atroz, la mano de Santiago empezó a acercarse al enchufe del cable que conectaba la máquina y mantenía vivo a su padre.

Salió del pasillo del hospital, y casi al poner un pie en la rampa que descendía a la calle, una violenta y rabiosa lluvia comenzó a caer. Se corrió a un lado donde el techo no lo protegía de la lluvia y, luego de ubicar la ventana de la habitación de su padre y divisar a las enfermeras desesperadas, miró hacia arriba y dejo que las miles de gotas cayeran sobre su rostro.
Santiago quebró en un llanto y, mientras en la avenida los autos iban y venían a bocinazos, se desplomó en el suelo, arrodillado, mientras su llanto parecía no tener consuelo, y mientras miraba al suelo, no pudo encontrar en lo más profundo de sí mismo, ni paz ni perdón.

Sus lágrimas se confundían con la implacable lluvia, que golpeaba sin piedad en su espalda.

1 comentario:

  1. La enfermedad del padre volvió al hijo un asesino...como corrompen la lógica los sentimientos!.

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