11 ene 2012

La soledad de un padre.

El cerrojo se empeñó en oponer resistencia al giro de la llave. La dilatación del metal dificultó la tarea de abrir la puerta, aunque a fin de cuentas logré pasar el marco y adentrarme.
Al dejar caer la llave en el segundo de las varias decenas de escalones, noté una quietud sórdida proveniente de arriba.
Con sigilo emprendí viaje arriba, y al llegar al descanso, olí cigarrillo.
Cuando vi que a mi padre, sentado en el apoyabrazos del sillón, recibía un baño de la luz de la luna y fumaba su cigarro como si estuviese besando por última vez, me acerqué.
En el momento que dedicó su rendida mirada hacia mí, advertí que sus cejas se arqueaban tristemente.
-Extraño a mamá. – largó casi como un quejido sonriente. En su voz había algo, una dulzura que nunca antes había escuchado.
-Yo también – le respondí casi sin aire.
Me secó las lágrimas con un pulgar y me arregló el pelo. Al hacerlo, me reduje a cerrar los ojos.
Se levantó y con un paso parsimonioso y vencido, se introdujo en su habitación.
Ese día comprendí que, paulatinamente, mi padre había empezado a morir por dentro.

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