10 may 2011

El emancipado.

Al instante previo en bajar por última vez las escaleras de mi hogar, mirándome al espejo logré ser todos.
Fui mi padre, que se postraba con ímpetu al cuero del sofá del living, con la mirada perdida. Logré sentir su cuerpo cansado, debilitado por la velocidad y el desenfreno.
Logré ser mi madre, con su media sonrisa y su risa ronca que bailaban y saltaban sobre el colchón. Con sus angustias en el corazón de la garganta que nos produce llorar ahogadamente.
Logré ser mi hermana, con su objetividad hermosa y su gracia única. Con su opinión simple y con su prudencia. Logré sentir y logré ser uno solo, ser mi familia.
Logré verme como me veían, un mero niño envuelto en una cáscara de cristal, que en el último peldaño de la escalera se convertiría en un hombre. Logré entender lo que se preguntaban al verme, inocentemente y con miedo, sacudiendo mi mano en forma de saludo, antes de subir al taxi y que se caiga la primer lágrima del viaje que emprendía.

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