1 jun 2011

La razón.

Sos la razón por la cual ubico todas mis escenas de amor, y de encuentro, dentro de multitudes indiferentes.
Sos la razón por la cual escribo que él está ahi, con su cabello mojado, con las mangas de su sweater sobrepasando sus manos, casi solo se pueden ver sus dedos, con unos jeans desgastados y desprolijamente encantador.
Sos la razón por la cual escribo que, por ejemplo, él se encuentra en la terminal de trenes, y el está ahí, temblando, temblando. Por el frío, por los nervios, por sus ropas mojadas, por ella... ah, ella, casi lo olvidaba.
Ella vuelve de ver a su familia, que vive en una campiña a las afueras de la ciudad. Es una muchacha solitaria y tímida, con una gran imaginación latente y una mirada objetiva y eficaz. Tiene sus pelos cortos hasta el cuello, de un negro azabache que se vuelve escarlata a contraluz. Le gusta viajar en tren porque le fascina apoyar la cabeza contra la ventana y ver cuanto paisaje, cuanta persona, cuanta casa que van pasando.
Sos la razón por la cual, casi sin darse cuenta él ve al tren acercarse, con arduos bocinazos.
Se levanta de uno de los asientos de la terminal y, todavía temblando, empieza a correr. No está seguro de estar estable, siente una electricidad en ambas piernas que recorren desde las plantas de los pies hasta la punta de la columna vertebral, sus manos son sacos sal disolviéndose en la lluvia. (Ah cierto, está lloviendo).
Al llegar al borde de la bajada, el tren está todavía en movimiento, y el se va asomando con aire agitado a cada ventana, a ver si la ve. Llega al extremo del tren, y da la vuelta con la esperanza de encontrarla.
Apenas da la vuelta, las puertas se abren, sale una multitud de gente por cada una. Él choca, y ve caras, y cuerpos, y gente, pero ningún gesto, ninguna mirada, solo contenido y nervioso cuchicheo. Al ver que la multitud no se dispersa, rendido, se deja caer en otro de los asientos, y apoya su espalda contra la columna. Tras la agitación, siente el sudor en la frente y sus ropas mojadas contra el pecho, que al chocar contra el viento le produce una incómoda sensación de frío.
Inesperadamente, una porción de la multitud se abre, a su derecha, al ver, la ve, entre tanto gris y tanto muerto viviente, con un blazer rojo y una boina negra, con una cálida sonrisa pintada de piel.
Comparten algunos segundos de miradas, y él, con ojos soñolientos, le devuelve la sonrisa. Ella, ruborizada, se marcha a apurados pasos.
Él, satisfecho, deja caer los párpados, pesados como anclas y se echa a dormir.

Sos la razón, en si, de mi íntegra inspiración.

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